Inteligibilidades

O de mi relación con el Sr. Pájaro y flia

Los descubrimos ni bien llegamos a la casa, que hacía tiempo no visitábamos. Al cabo de un par de días de respetuosa observación ya podía trazar la rutina obligatoria: el ir y venir a la maceta, a veces con algo de comida, otras solo para corroborar que todo marchara bien. El cuidado de sus pichones demandaba toda su dedicación, ahora la vida aparecía teñida por una responsabilidad biológica, impuesta impunemente. Quién sabe si habría elegido otra maceta, de haber tenido oportunidad; una desde donde yo no estuviera mirándolo y pudiera ir y venir en paz. No, estoy segura de que no la eligió, el pajarito tiene el horizonte tan a mano, para él habría sido muy fácil volar dos minutos más al norte, veinte segundos más al este; pero qué sabe de mediciones y arbitrariedades, si para él no existe más que el ahora, la maceta, sus pichones y yo mirándolo.

De a poco nos fuimos conociendo. Él sabía que a eso de las nueve yo estaba preparándome el desayuno, él había pasado la noche en la maceta y, según su ánimo, bien se iba o empezaba a cantarme. Me limitaba a escucharlo: que yo profiriera cualquier tipo de cántico era una falta de respeto y un crimen al buen gusto; pero qué sabe de criterios artificiales, si para él el único canto válido es el que al fin y al cabo existe y se acabó; Stone, Ellington o Mayfield le daban lo mismo, le bastaba que cualquiera se lo reciprocara para estar agradecido. Me daba lástima que nunca se pudiera dar el lujo de estar tranquilo, a mí que Mayfield me basta para querer dormir al lado del limonero y que el aire me envuelva en un abrazo fresco; él viviendo a movimientos rápidos, bruscos, dibujando una huida incesante quién sabe de qué, seguramente de mí, de la amenaza de nosotros, de lo inevitable. Here but I’m gone era mi forma de decirle que no se preocupe, que vivo al borde, de mostrarle lo fácil que es a veces disociar, dejar el cuerpo yaciendo y salir por la ventana; pero qué voy a enseñarle a él sobre volar. Es difícil asegurarle que nada le va a pasar a los pichones, convencerlo de que puede dormir la siesta en la maceta, o bien salir todo el día y dejarlos a mi cuidado; pero después de todo quién soy yo para decírselo, si también vivo en un estado de alerta, si las palabras me engañan y el lenguaje se me escurre entre los dedos.

No estoy segura de hasta qué punto el pajarito era capaz de entenderme, pero lo cierto (si es que de eso hay algo en esto) es que quise mucho al pajarito y a su familia durante los días en que mi maceta era lo más parecido a un hogar. No fueron muchos, quizás tres. Por lo pronto estoy esperando la llegada del próximo pajarito y, eventualmente, establecer mejor comunicación.

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