Salir(se)

Una excusa trajiste, una excusa que ya es obligación gustosa donde, según mis sospechas, el querer y el deber por fin se mezclan: te hablo del imperativo de salir, no ya tras el umbral de la puerta que se erige como el abrazo de una aventura inesperada, no ya a la calle que pone a circular la sangre y el cuerpo a vivir, no ya bajo el cielo impune que nos gobierna de formas cada vez más apabullantes, no ya a los pies del mar y la esperanza en los ojos, sino de una misma, más bien de nosotras, de cada una por su lado apuntalada por el par que somos; un salir que es un salirse de sí y darse con generosidad (cómo sino) al encuentro, casi como con una trompada te diré, no ya ante lo inmediato —al menos no como lo concebíamos—, sino más bien ante la sorpresa de lo inmediato transformado en algo más y en tanto, tanto menos; quiero decir, descubrir que no se trataba de la causa más remota y la explicación más compleja, no, descubrir que era otra cosa, sí, y vos ya lo sabías, claro, lo supiste sin saberlo desde el primer suspiro, como no podía ser de otra manera.

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