Mil Mesetas
Si creía que había aprendido a convivir con las preguntas, Mil Mesetas vino a desafiarlo.
Incluso las preguntas son difíciles de encauzar: “¿de qué trata el libro?” resulta una amenaza, las respuestas posibles podrían traicionar su espíritu. Es difícil definir lo que se resiste a los encapsulamientos; las propuestas abundan y son rebeldes, saltan por las paredes, corroen los caracteres de lo que escribo.
No se trata de enciclopedismos; se trata de modos, de ahondar en profundidades. Desandar los dualismos a los que rápidamente accedemos si nos dejamos llevar. Ni A ni B, ni los dos superpuestos, ni uno después del otro: A y B entrecruzados, extendiéndose en un territorio móvil, donde uno y otro dejan de ser lo que son, se amalgaman, se descubren en coexistencia con H, 17, omega, raíz cuadrada, teatro griego, crypto. Fuga y reaparición, quién sabe con qué van a hacer chispa.
Respiro al ritmo de las mesetas y escucho el repiqueteo de tambores a lo lejos, el sol me pega en la cara hoy domingo, a las cuatro y media de la tarde, en Buceo. Recuerdo que tengo que llamar a mi madre. Viajo sin moverme, habito mi casa, leo mis libros. Pienso en un antiguo amor. Quiero ser como la hierba, fugarme entre las baldosas a pesar de los intentos de exterminio, ser yuyo y expresión de vida.
✦ ✦ ✦
«Devenir uno mismo imperceptible, haber deshecho el amor para devenir capaz de amar. Haber deshecho su propio yo para estar por fin solo, y encontrar al verdadero doble en el otro extremo de la línea. Pasajero clandestino de un viaje inmóvil. Devenir como todo el mundo, pero precisamente ese solo es un devenir para aquel que sabe no ser nadie, ya no ser nadie […] Se puede por fin hablar “literalmente” de cualquier cosa, brizna de hierba, catástrofe o sensación, en una aceptación tranquila de lo que sucede en la que ya nada equivale a otra cosa».
(Tres novelas cortas, o «¿qué ha pasado?», pp. 258-259)
Incluso las preguntas son difíciles de encauzar: “¿de qué trata el libro?” resulta una amenaza, las respuestas posibles podrían traicionar su espíritu. Es difícil definir lo que se resiste a los encapsulamientos; las propuestas abundan y son rebeldes, saltan por las paredes, corroen los caracteres de lo que escribo.
No se trata de enciclopedismos; se trata de modos, de ahondar en profundidades. Desandar los dualismos a los que rápidamente accedemos si nos dejamos llevar. Ni A ni B, ni los dos superpuestos, ni uno después del otro: A y B entrecruzados, extendiéndose en un territorio móvil, donde uno y otro dejan de ser lo que son, se amalgaman, se descubren en coexistencia con H, 17, omega, raíz cuadrada, teatro griego, crypto. Fuga y reaparición, quién sabe con qué van a hacer chispa.
Respiro al ritmo de las mesetas y escucho el repiqueteo de tambores a lo lejos, el sol me pega en la cara hoy domingo, a las cuatro y media de la tarde, en Buceo. Recuerdo que tengo que llamar a mi madre. Viajo sin moverme, habito mi casa, leo mis libros. Pienso en un antiguo amor. Quiero ser como la hierba, fugarme entre las baldosas a pesar de los intentos de exterminio, ser yuyo y expresión de vida.
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«Devenir uno mismo imperceptible, haber deshecho el amor para devenir capaz de amar. Haber deshecho su propio yo para estar por fin solo, y encontrar al verdadero doble en el otro extremo de la línea. Pasajero clandestino de un viaje inmóvil. Devenir como todo el mundo, pero precisamente ese solo es un devenir para aquel que sabe no ser nadie, ya no ser nadie […] Se puede por fin hablar “literalmente” de cualquier cosa, brizna de hierba, catástrofe o sensación, en una aceptación tranquila de lo que sucede en la que ya nada equivale a otra cosa».
(Tres novelas cortas, o «¿qué ha pasado?», pp. 258-259)
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