Chillido animal

La máquina dicta el ritmo de nuestros pasos al caminar por la calle que cruzamos en rojo, claro, porque llegamos tarde; dicta la velocidad a la que nuestros ojos absorben caracteres, píxeles y apariencias de un mismo cuerpo que no existe en ninguna parte pero que a todos nos acecha; dicta la falta de deseo auténtico y la exacerbación de hambres inventadas que solo nos aplanan, como a muñecos desinflados en un juego digital que pega trompadas por videollamada.

El residuo de chillido animal en nuestros nervios transmite una inminente catástrofe sísmica [1] pero estamos ocupados, tenemos notificaciones y carritos con descuentos que no esperan. Alguien pisó el acelerador de la máquina global pero el movimiento es una ficción: la máquina es frenética y estática al mismo tiempo [2]. El cuerpo no entiende nada y Google Calendar hierve.

Destino: llegar al borde del agotamiento. Receta: seguir una línea de intensificación, seguirla hasta que falte el oxígeno, y justo antes del punto cúlmine, retirarse con heroicidad, satisfechos porque habremos invertido y la intensidad será nuestra ganancia [3].

Entonces la sangre ya no circula, revienta. No existe célula del cuerpo que no lleve la marca de la máquina, que no se pueda convertir en dato y venderse como tarjeta de regalo del autoconocimiento: nadie mejor que Instagram para señalar cómo sentir, desear, querer, pensar.

¿Qué está siendo y naciendo de nosotros? [4] Lo que veo es un monstruo lovecraftiano, pero me resisto a creer que seamos eso. Quiero saber qué más, me interesa el compromiso, me interesa revisar y construir lo que nos constituye. ¡Ey! Silencio para oír ese residuo de chillido animal.

Yo también me engañé creyendo que al habitar pequeños refugios me mantenía a salvo y libraba luchas pequeñas, al alcance de mis manos, pero todo lo sólido se desvanece en el aire y ya no podemos actuar con ingenuidad.

Es hora de cuidar los hilos deseantes que nos queden y de crear los que ya no, de hacer diagnósticos criteriosos que nos permitan sacar el palo de esta rueda y ponerlo en aquella, acelerar y desacelerar y entonces reorientar la máquina, hacer que por fin obedezca a una subjetividad nuestra, verdaderamente nuestra, que se descubra cada vez más amplia, explorativa, humana.



[1] Nick Land, Colapso, 1994. En: Avenessian, A., & Reis, M. (2024). Aceleracionismo. Buenos Aires: Caja Negra. Pág. 61.

[2] Benjamin Noys, Baila y muere: Obsolescencia y aceleración. En: ídem. Pág. 182.

[3] Steven Shaviro, Estética aceleracionista: ineficiencia necesaria en tiempos de subsunción real, 2013. En: ídem. Pág. 175.

[4] Reza Negarestani, La labor de lo inhumano, 2014. En: ídem. Pág. 245.

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